lunes, 30 de marzo de 2009

Extensión de la Jornada Laboral

En los comienzos de la industrialización, antes de que las leyes intentasen proteger a los trabajadores y de que los sindicatos consiguieran aumentar y defender sus derechos, las condiciones laborales eran penosas. Una de las características eran las jornadas de trabajo de una duración desorbitada: 10, 12 ó 14 horas eran corrientes. Una de las mayores luchas de los sindicatos y del movimiento obrero fue la reducción de esas jornadas, cosa que se logró de forma progresiva. A finales del siglo XX, como todos recordamos, se aceptó como razonable la jornada de 40 horas semanales, a lo largo de 5 días por semana, es decir 8 horas al día, con lo que se cumplía el principio de “8 horas de trabajo, 8 de ocio y 8 de sueño”, que alguien enunció teniendo en cuenta la salud física y mental de los empleados.

Las legislaciones laborales de la mayoría de los países desarrollados recogieron esta jornada de 40 horas semanales. Por supuesto, esto no siempre es así, ya que:

1) Algunos trabajadores no están empleados a jornada completa, y por tanto no cobran a jornada completa.

2) Se aceptan las “horas extras”, que el trabajador añade de forma voluntaria a su jornada laboral, cobrando por ellas más que por las horas ordinarias. Evidentemente este tiempo tiene un límite fijado por la ley.

3) En algunos casos, los trabajadores se ven forzados por la empresa, de manera ilegal, a alargar su tiempo de trabajo más allá de lo recogido en su contrato.

Hoy en día las cosas están cambiando. Mientras que algunos optan por continuar por el camino de la reducción del tiempo de trabajo (en Francia, por ejemplo, amplios sectores sociales piden la jornada de 35 horas semanales, y se llegó a plantear el debate político sobre el tema), algunas ideologías, con una importancia creciente, plantean que, para competir con el “tercer mundo” debemos renunciar parte de nuestro bienestar y acercarnos (peligrosamente, diría yo) a las condiciones de esos países. Es más, ya sea de forma legal o bordeando la ley, hay una tendencia a aumentar el tiempo de trabajo en los países más desarrollados. Ya hemos, de hecho, “dado la vuelta” a la tendencia inicial. Pero una cosa es que esto sea así de hecho, y un paso más allá es hacerlo “de derecho”.

Recientemente la Comisión Europea ha propuesto una directiva que fijaría la jornada laboral máxima en la Unión Europea en 65 horas semanales. Muchos nos hemos escandalizado ante la medida. Sus defensores, por su parte, alegan que no se establecerían las 65 horas como una obligación, sino como un “tope máximo, pudiendo fijarse el número real de horas de trabajo mediante un acuerdo libre entre el trabajador y el empresario”. Debemos recalcar que se habla de acuerdos individuales, únicamente entre empleado y empleador, fuera del marco de una regulación colectiva. Esto entronca con la tendencia generalizada que existe en la actualidad hacia la individualización de las relaciones laborales, proceso que persigue disminuir la fuerza negociadora de los trabajadores, perjudicar sus posiciones frente a las de los empresarios, y favorecer su desunión. Por una parte, en una sociedad donde el poder de las empresas crece cada día más frente al de los trabajadores, y donde los índices de paro son tan altos, ¿de verdad alguien cree que esa negociación será realmente libre? ¿No ocurrirá más bien, en la práctica, que se producirá una “subasta al alza” de trabajadores, donde los que estén dispuestos a aceptar mayores jornadas sean los que obtengan los empleos, y los que no, se queden en el paro? Por otra parte, si en la actualidad los sueldos a jornada completa se valoran teniendo en cuenta la jornada de 40 horas semanales, ¿pasarán a ser esas 65 horas el criterio de “jornada completa” en materia de retribución, y se considerará que un trabajador que haga 40 o 45 horas trabaja a “jornada parcial”, con las consecuencias previsibles en sus ingresos?

La petición de una jornada laboral con una duración moderada y racional no ha sido nunca un capricho. Tiene firmes fundamentos sanitarios, de seguridad, e incluso, en un análisis más global, económicos. Está comprobado que una jornada laboral excesiva aumenta el stress, la irritabilidad, los problemas psicológicos y digestivos, y los riesgos de accidente laboral. Por ejemplo, en jornadas de más de 60 horas semanales, el riesgo de enfermar es un 23 % mayor.

Las jornadas excesivamente largas aumentan el descontento de los empleados: Según la Encuesta Europea sobre Condiciones de Trabajo, la insatisfacción laboral pasa del 20 al 44 % al aumentar el tiempo de trabajo por encima de 48 horas semanales. También aumenta, unido al stress, el llamado síndrome de “burn out”, conocido coloquialmente como “estar quemado”.

Otra consecuencia del aumento de horas laborales es la dificultad, cada vez mayor, para conciliar la vida laboral y familiar. Las mujeres se están incorporando cada vez más al mundo familiar, como es lógico, pero tanto hombres como mujeres deberían acceder a unas condiciones que les permitieran formar una familia y tener una vida privada satisfactoria, a la vez que ganarse el sustento, si no queremos crear una sociedad “de hormigas”, dividida en una casta de reproductoras inactivas, y otra de trabajadoras asexuadas. La comparación puede parecer exagerada, pero creo que es ilustrativa.

Hemos dicho que las consecuencias no afectan sólo a la salud y a la vida familiar, sino también a la economía. Veamos cómo:

Por una parte, el economista Vilfredo Pareto ha llegado a la conclusión, a través de varios estudios, que “cada trabajador realiza el 80 % del rendimiento en el 20 % de la jornada”. Este dato, en principio tan chocante, concuerda con muchos otros estudios, que llevan a la conclusión de que una jornada de trabajo mayor, por encima de cierta duración razonable, no aumenta la productividad y el rendimiento de ese trabajo. Es más, está demostrado que los países de la Unión Europea donde la jornada laboral es más larga (como España) son aquellos en que la productividad es más baja.

Hemos hablado de los problemas sanitarios surgidos del aumento del tiempo de trabajo: como es lógico, esto tiene un coste económico perfectamente medible. Por poner un solo ejemplo, actualmente el stress cuesta 20000 millones de euros al año en Europa. Y eso sin olvidar el coste humano y social: cada día mueren en el mundo 5000 personas por accidentes o enfermedades laborales (en España la proporción es escandalosamente más alta que en los países de nuestro entorno). ¿Cuánto aumentarían estas cifras si se aumentara como se pretende el número de horas de trabajo?

Una última reflexión sobre este asunto: En sociedades como la nuestra, donde el paro es uno de los mayores males, ¿realmente parece racional concentrar el trabajo disponible en manos de unos pocos que trabajes hasta agotarse? Un dato que lo ilustra: con las 240000 horas extras que los empleados de General Motors realizaron en 2007, se podrían haber creado 200 puestos de trabajo en 2 años.

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