lunes, 30 de marzo de 2009

La Temporalidad Laboral

Hasta no hace mucho, era frecuente que un trabajador comenzase su vida laboral en una empresa, en un cierto puesto según su cualificación, y en esa misma empresa podía permanecer hasta su jubilación. No era así en todos los casos, ya que podían darse diversas circunstancias que lo impidiesen, pero tal posibilidad existía, y era norma para muchos empleados.

Hoy en día, esto ha cambiado notablemente. Los contratos son de muy corta duración, en algunos casos, sólo de días. Lo normal es que sean por unos meses, excepcionalmente un año. Algunas empresas se acogen a la modalidad de “contrato por obra”, que permite el cese del trabajador cuando finalice la actividad para la que fue contratado, sin que se ponga una fecha fija para ello, y aunque la actividad que se realice poco tenga que ver con una obra propiamente dicha. En este caso, lo que se busca es que la empresa pueda prescindir del trabajador en el momento que considere oportuno, según sus intereses, sin que el cese le suponga una gran pérdida económica.
Los trabajadores actuales saltan de un contrato temporal a otro, sin que se llegue a uno que verdaderamente mejore las condiciones. ¿En qué se traduce esto? En varias cosas, casi todas perjudiciales para los empleados, y en principio beneficiosas para las empresas, al menos desde el punto de vista económico. Los trabajadores temporales están constantemente amenazados por un despido, que se vuelve mucho más barato con la disminución de la antigüedad. Las compañías se libran de pagar esa antigüedad que nunca se llega a conseguir, y que se traduciría en un notable aumento de la nómina del empleado. Por otra parte, un trabajador temporal posee menos experiencia en el puesto, lo que conlleva que realizará su trabajo con menor calidad y más riesgos, al estar menos familiarizado con él.

Los trabajadores temporales no sólo son más baratos y fácilmente prescindibles o reemplazables, sino que la temporalidad también tiene otras importantes consecuencias psicológicas. Un trabajador temporal estará menos motivado y menos implicado con su empresa, y el riesgo de despido, junto con la amenaza del desempleo, aumenta su miedo y su estrés, lo que conduce a que este tipo de trabajadores sean más dóciles, protesten menos para exigir el cumplimiento de unas condiciones laborales justas y estén menos sindicados. Los trabajadores temporales perciben que no pueden movilizarse ni exigir casi nada, porque serán automáticamente reemplazados por quien no lo haga.

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