lunes, 30 de marzo de 2009

Salarios

El mercado laboral posee una lógica propia, que muchas veces es distinta de la que se aplica a casi todos los demás aspectos de la vida, esto es, no obedece a lo que podríamos llamar “sentido común”. Para poder entender los procesos y fenómenos de los que estamos hablando debemos aplicar un principio simple: el mercado laboral y la economía actual se mueven únicamente hacia la obtención de beneficios cada vez mayores y más inmediatos para las empresas. Principio sencillo, pero no muy lógico, porque resulta que el beneficio de una minoría supone el perjuicio de una mayoría, que somos los trabajadores asalariados.

Una de las características del modelo flexible y precario del que estamos hablando es la baja remuneración. En parte se entiende atendiendo a lo que hemos explicado sobre la temporalidad laboral: trabajadores sin antigüedad cobran menos que los que llevan más tiempo en la empresa, y los temporales nunca podrán acceder a esa antigüedad, así que sus salarios serán menores siempre. A este respecto quisiera introducir una reflexión: parece ser que en España el “salario base” que se cobra por cualquier empleo es más bajo que en otros países de nuestro entorno, mientras que la proporción en que ese salario puede aumentar, gracias a la antigüedad, a lo largo de la vida laboral de un trabajador, es mayor. Es decir, que las diferencias salariales entre un trabajador recién incorporado y uno veterano son mayores en España que en otros países. Yo me pregunto, admitiendo que de alguna manera debe recompensarse la experiencia, hasta qué punto es justa una diferencia tan grande, si aplicásemos el principio, a priori tan lógico, de “mismo sueldo por el mismo trabajo”.

Hasta cierto punto, sería lógico entender que los salarios fuesen bajos en una economía que marchase mal, con escasos beneficios para todos. Lo grave es que podemos comprobar con datos que los beneficios empresariales, al menos en nuestro país, crecían no hace mucho a gran ritmo, sobre todo para las empresas más grandes y poderosas, mientras que el poder adquisitivo de los empleados se estanca desde hace tiempo. Está demostrado, y así lo han reflejado algunos estudiosos, que en los últimos años en España han crecido las diferencias entre la rentabilidad del capital y la del trabajo. Dicho de otro modo, ser dueño de los medios de producción, por emplear una terminología clásica, es cada vez más provechoso, mientras que ser empleado lo es cada vez menos. Así que los beneficios van al bolsillo de unos pocos, que son, por una parte, los dueños del capital, y por otra, algunos trabajadores “de élite”, como los altos directivos, precisamente aquellos que poseen cierto poder de decisión sobre esta situación. Mientras, los trabajadores, cuyo esfuerzo ha generado esas ganancias, ven cómo se les insiste en que es inevitable que acepten salarios bajos y condiciones flexibles, y si quieren mantener su nivel de consumo, deben recurrir a un endeudamiento excesivo.

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