miércoles, 4 de marzo de 2009

La Situación Laboral

¿Cómo es la situación laboral actual para miles de trabajadores, en España, Europa y el mundo? ¿Cómo podría ser? ¿Cómo debería ser? ¿Cuáles son nuestras expectativas, y cuál es la realidad? Intentaremos dar respuesta a estas preguntas.

Si analizamos la historia de los trabajadores, de sus condiciones laborales y su calidad de vida, es evidente que la evolución ha sido notable. En la sociedad pre-industrial de la Edad Moderna, recaía sobre una gran masa de gente el trabajo, que era fundamentalmente manual (campesinos, criados) y el sustento económico del Estado, mediante el pago de impuestos. Las condiciones de vida de ese “Tercer Estado” eran en general pobres o míseras. Mientras, los estamentos privilegiados, una minoría en número (nobles, alto clero) disfrutaban de todas las ventajas, vivían en unas condiciones mucho mejores (en ocasiones de verdadero lujo) y decidían sobre el funcionamiento político de Estado, con lo cual preservaban ese modelo que tanto los beneficiaba. No sólo tenían el poder, sino la propiedad de la tierra y, prácticamente, de los campesinos, ya que seguían ejerciendo derechos feudales

Con las revoluciones Inglesa (1649-1660) y Francesa (1789-1799) se producen importantes cambios en el modelo social. Estos acontecimientos se tienen lugar por varios motivos. Sin duda, el descontento de las grandes masa que constituyen el pueblo llano es uno de ellos, un descontento agravado por el hambre y la pobreza (la Revolución Francesa fue precedida, y en parte precipitada, por varios inviernos extraordinariamente duros, malas cosechas y agravamiento de la situación personal de miles de campesinos). También debemos considerar las causa puramente políticas y económicas: la convocatoria de los Estados Generales, hecho considerado comúnmente como inicio de la Revolución Francesa, tiene lugar como respuesta a una situación de bancarrota del estado, la cual demuestra cómo el modelo económico de la Francia del Antiguo Régimen, un Estado sostenido económicamente sólo por los más pobres, es inviable a largo plazo.

Una clase social emergente, la Burguesía, surge con fuerza, y tiene el papel principal en la nueva etapa de desarrollo económico que se vive en Europa a partir del siglo XIX. Con la Revolución Industrial, posibilitada por los cambios políticos producidos, la agricultura pierde importancia como sustento económico de los países. La industria, en manos de propietarios burgueses, crece enormemente. Se produce un enorme desarrollo tecnológico, que hace tangibles los avances científicos teóricos de los siglos XVII y XVIII. Pero todos estos cambios no impiden que siga habiendo una gran masa de obreros, muchos de ellos antiguos campesinos que han emigrado a las ciudades en busca de las nuevas posibilidades que ofrece la industria, cuyas condiciones de vida siguen siendo terribles. Jornadas interminables, en fábricas con condiciones inhumanas, donde las enfermedades y los accidentes laborales son frecuentes, vida en habitáculos que no reúnen las mínimas condiciones, salarios bajos y desprotección. Es a raíz de esto cuando surge el Movimiento Obrero, el cual, de formas muy variadas, busca mejorar las tristes condiciones de estos trabajadores, lo cual, de hecho, a lo largo de un periodo dilatado de tiempo, sucede. Se consigue que los distintos estados aprueben y apliquen leyes que limitan la jornada laboral o el trabajo infantil, imponen mejores condiciones sanitarias y salarios mínimos. En los países de Europa Occidental, tras la Segunda Guerra Mundial, se llega a un modelo llamado “Estado del Bienestar”, el cual tiene su máxima expresión en los países Nórdicos hasta la actualidad. Se basa en la protección que el Estado ofrece a los ciudadanos, materializada en subsidios de desempleo, cobertura sanitaria y educación por cuenta del Estado, leyes que protegen a los trabajadores de condiciones laborales abusivas… Se ha visto que los países en los que el Estado de Bienestar ha arraigado más son aquellos que tienen una calidad de vida más alta para la mayoría de sus ciudadanos. Debemos destacar que la ideología socialdemócrata, principal defensora de este modelo, no ataca al capitalismo ni a la organización socioeconómica burguesa; tan sólo reclama el papel del estado para “poner las cosas en su sitio”, armonizando mediante leyes las necesidades de los propietarios de las empresas con los de sus trabajadores, y protegiendo en definitiva a la gran masa de ciudadanos, con objeto de aumentar su bienestar sin estar a expensas de los beneficios de las compañías privadas.

Vistos estos antecedentes, podríamos pensar: ¿de qué preocuparnos? Vivimos en Europa, y nuestra situación es muchísimo mejor que la de un campesino del siglo XVIII, o que la de un obrero del XIX. No tememos morir de hambre. Los avances médicos y la mejora de las condiciones sanitarias han elevado la esperanza de vida, y su calidad. Tenemos coches, ordenadores… ¿no vivimos en el mejor de los mundos posibles? Pues aunque pudiera parecer lo contrario, mucha gente cree que hay motivos de preocupación. Por una parte, las ventajas conseguidas durante todos estos años no han alcanzado a toda la humanidad, sino a una pequeña parte. Somos, por así decirlo, los privilegiados. Incluso países con índices macroeconómicos mejores que los nuestros tienen una menor calidad de vida, ya sea por la desprotección social (caso de Estados Unidos) como por las condiciones laborales (Japón, y otros países asiáticos cuyas economías han experimentado un enorme crecimiento en los últimos años). Las grandes desigualdades de nuestro mundo, la desigual distribución de la riqueza y los recursos, no sólo resultan intolerables para muchos de nosotros, sino que tienen efectos visibles y tangibles en nuestra sociedad acomodada, tales como la inmigración o la deslocalización de empresas.

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