miércoles, 4 de marzo de 2009

La Globalización

¿Qué es la globalización? Parece algo tan presente en nuestras vidas y en nuestro mundo que uno podría pensar que todos sabemos con seguridad de qué estamos hablando. Lo cierto es que, aunque tenemos numerosas ideas sobre la globalización, incluso opiniones a favor o en contra, es difícil que sepamos dar una explicación certera de en qué consiste.

Encontramos una definición de globalización como “el proceso por el que la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo unifica mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de transformaciones sociales, económicas y políticas que les dan un carácter global”. Por tanto, podemos entender que, en el proceso de globalización, los fenómenos económicos, políticos o culturales ya no tienen lugar sólo en el ámbito de un país o una región, sino que se extienden por todo el mundo. La globalización, tal como la entendemos hoy en día, no puede explicarse sin tener en cuenta los enormes avances que, en los últimos años han experimentado los medios de comunicación. No sólo podemos conocer, prácticamente en tiempo real lo que está sucediendo en distintas partes del mundo, sino que podemos interactuar con esos lugares, desde la comodidad de nuestro ordenador o de nuestro teléfono móvil. Recordamos haber leído, en antiguas novelas de viajes (como “Robinson Crusoe” o “Los viajes de Gulliver”) lo difícil que resultaban en otros tiempos los movimientos de dinero. Incluso para personas que eran ricas en su país de origen, no era nada fácil poder continuar haciendo uso de sus bienes si se desplazaban al extranjero. Hoy en día, las transiciones económicas no conocen límites geográficos, y nuestro dinero sirve en cualquier parte. Aunque no lo llevemos encima. Aunque ni siquiera estemos físicamente allí.

Históricamente, puede ser interesante observar que ésta en la que nos encontramos podría ser considerada como la “segunda globalización”. Una primera globalización sería el proceso que comienza en la segunda mitad del siglo XIX, con la enorme mejora de los medios de transporte. En esos años, el comercio internacional experimentó un fuerte impulso. Hubo un gran movimiento de trabajadores (emigración) y de mercancías. Pero aquella primera globalización fue, en muchos aspectos, diferente a la actual. En primer lugar, aquel proceso fue impulsado sobre todo por la mejora del transporte, mientras que hoy en día es la mejora de las comunicaciones el principal factor a tener en cuenta. En segundo lugar, no podemos olvidar que entonces las grandes potencias europeas habían establecido colonias por todo el mundo. Esta política perseguía, precisamente, esa apertura de los mercados que generó los grandes movimientos comerciales. A los países como el Reino Unido, Alemania o Francia, les interesaba dominar vastos imperios en África o Asia. De ahí obtenían materias primas que enriquecían la metrópoli, a la vez que ampliaban su importancia estratégica en el mundo. El modelo colonial entra en crisis a principios del siglo XX, y cae definitivamente tras la Segunda Guerra Mundial.

En la actualidad, podríamos hablar de distintas globalizaciones, o distintos aspectos del fenómeno de la globalización, que haríamos bien en analizar por separado, para entender mejor un fenómeno tan complejo.

Indudablemente, existe un componente cultural. Vemos cómo es mucho más fácil acceder a conocimientos que surgen a muchos kilómentros de distancia, saber qué se hace, qué se piensa o qué se edita en diferentes partes del mundo. Podemos leer la prensa de casi cualquier país. Las ideas también se han visto libres de barreras geográficas en mucha mayor medida que en épocas anteriores. Esto, sin duda, puede ser tremendamente enriquecedor, si somos capaces de sacar partido de ello.

Sin embargo, es la globalización económica y comercial la más controvertida, según algunos la más peligrosa. Apuntaremos algunos de sus aspectos principales. Las empresas crecen, aumentan sus beneficios, sus mercados, sus posibilidades de obtener mano de obra y clientes. Se produce el fenómeno de la deslocalización: las compañías no encuentran trabas para trasladar su producción desde los países más ricos a los más pobres, donde el coste de los trabajadores es mucho más bajo. Se ahorran el pago de la seguridad social y de gran parte de los impuestos, ya que la carga fiscal en esos países es inferior; también los salarios son mucho más bajos. Por otra parte, el bajo coste del transporte y la reducción de aranceles a nivel mundial (políticas que favorecen el libre comercio entre distintos países) hacen que esa deslocalización sea muy ventajosa económicamente para la empresa. Por el contrario, muchos trabajadores en Europa y en países desarrollados se ven privados de su puesto de trabajo, con el pretexto de que ya no son competitivos frente a los de otras partes del mundo. Constantemente aparece el fantasma de la baja productividad, se nos repite que somos muy caros y no podemos competir con los países en vías de desarrollo, y que, como recientemente ha sucedido nada menos que en Alemania, es necesario que, a cambio de mantener sus empleos, los trabajadores renuncien a parte de su poder adquisitivo.

Asociado a esto, vemos cómo las empresas crecen en todos los sentidos: cada vez más clientes, más trabajadores (aunque con más bajos salarios) mayor mercado y, lo principal, más beneficios. Se podría decir que las empresas “se salen” de los países, y no sólo geográficamente, también económica y legalmente. Vemos como en la actualidad hay compañías privadas (Ford, Toyota…) que superan el producto nacional bruto de muchos estados, lo cual se traduce en una enorme concentración de poder en manos privadas, de empresarios que se enriquecen cada vez más.

Ciertas ideologías, como el neoliberalismo, abogan por la supresión de cualquier tipo de barreras al comercio, y por que sea el mercado el que imponga sus reglas, sin que los estados ejerzan ninguna traba. Incluso algunos defensores de este pensamiento abogan por el principio de que “mejor cuanto menos estado”. Se rechaza “lo público” y se ensalza lo privado, hasta el punto de considerar el pago de impuestos como un robo del estado al individuo.


En este sentido, me parece conveniente citar a la autora Viviane Forrester, que afirma, para mí muy acertadamente: “Cuando se habla de globalización, se pretende que la gente esté a favor o en contra. Es un error confundir globalización con ultraliberalismo. La globalización respecto a las nuevas tecnologías y la posibilidad de simultaneidad puede ser algo estupendo para todos, y además es irreversible. El problema está en como gestionar eso. Y entonces se da como irreversible que la única manera de gestionarlo es la ultraliberal”.

El economista Guillermo de la Dehesa establece, en su artículo “¿Quién gana y quién pierde con la globalización?” una división entre aquellos colectivos que, según él, mejoran su situación gracias al fenómeno de la globalización, y aquellos a quienes perjudica. Según esto, se benefician:
- Los consumidores, en todo el mundo, pero sobre todo en los países desarrollados, por la bajada de precios que provoca la competencia.
- Los capitalistas de los países desarrollados. Por una parte, la libre movilidad el capital les permitirá invertir allí donde éste les dé mayor rentabilidad. Por otra, con la globalización e Internet, resulta más difícil gravar al capital que al trabajo, al ser el primero más intangible y más móvil y ubicuo que el segundo.
- Los trabajadores más cualificados de los países desarrollados, que se adaptarán a la revolución tecnológica, aumentando su productividad y sus salarios.
- La mayoría de los trabajadores de los países en vías de desarrollo, que verán mejoradas sus condiciones laborales y salariales gracias a la llegada a sus países de industrias “deslocalizadas” provenientes de los países ricos. Según el autor, se evitará así que estos trabajadores se vean forzados a la emigración.

Por el contrario, señala ciertos colectivos que se ven perjudicados por este fenómeno:
- Los trabajadores menos cualificados de los países desarrollados, que no podrán adaptarse al modelo de alta tecnificación y productividad.
- Los capitalistas de los países en vías de desarrollo, que verán reducido su margen de beneficio ante la llegada de los capitales extranjeros.

Personalmente, se me ocurren dos críticas a lo expuesto por de la Dehesa. En primer lugar, los trabajadores más cualificados de los países desarrollados ciertamente podrán beneficiarse económicamente, pero a cambio de aceptar el modelo de vida y el ritmo de trabajo vertiginoso que las nuevas tendencias requieren. Ya que la competencia es feroz, las empresas necesitan una disponibilidad total de estos trabajadores, lo cual se traduce en jornadas de trabajo muy largas y supeditadas a las necesidades de la empresa en cada momento, continuos viajes, estrés, clima de competencia entre compañeros de trabajo, dificultad para conciliar la vida laboral con la familia o para cultivar más afición que el trabajo. Los psicólogos serán los que tendrán que establecer en qué medida esta manera de trabajar afecta a los individuos.

En segundo lugar, el hecho de que los trabajadores menos cualificados de nuestros países se vean perjudicados en su poder adquisitivo y en sus condiciones laborales, no debería dejarnos indiferentes, ya que constituyen una gran masa social. Además, si las exigencias siguen aumentando, cada vez más personas correrán el riesgo de caer dentro de esta categoría, mientras que el grupo señalado arriba será sólo una élite muy pequeña. En términos económicos, creo que tampoco debería dejar indiferentes a los empresarios, ya que la economía actual depende en gran medida del consumo. En una sociedad con muchos pobres, parece lógico pensar que la capacidad de consumir caería, y el mecanismo de nuestro sistema, basado en el modelo producción-consumo, que busca mercado a toda costa, se resentiría.
En principio, que los trabajadores de los países en desarrollo donde se establecen empresas extranjeras vean mejorado su nivel de vida es algo muy positivo. Más aún, éste es el principal argumento que los defensores de la globalización emplean cuando quieren presentar la cara más “humana” del fenómeno. No olvidemos, sin embargo, que este beneficio no es más que una consecuencia lateral, y que sólo se mantendrá mientras la situación sea beneficiosa para las empresas. La ideología neo-liberal plantea el beneficio empresarial como el fin máximo, que traerá consigo todos los demás bienes para la sociedad. Lo cierto es que, en el momento en el que una situación no sea beneficiosa para la empresa, se olvidará todo el provecho que pudiera proporcionar a sus trabajadores, viéndose abocados a una situación igual o peor que la mano de obra no cualificada del “primer mundo”.

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